En ocasiones me pongo a pensar
sobre los diferentes estereotipos y conceptos que los mexicanos aplicamos para nosotros
mismos. Si pagas un adeudo en la fecha límite, decimos “todo al final, como
buen mexicano”. Si la pereza nos agobia, decimos que somos “mexicanos flojos”,
o algún otro concepto dañino hacia nuestra reputación. Nos dibujamos de
sombrero, nopal y flojera.
Después nos indignamos cuando
algún extranjero retoma estos comentarios y los hace suyos, lo tachamos de
xenófobo siendo que quienes iniciamos con esos conceptos fuimos nosotros
mismos.
Hace algunos días, el director de
cine mexicano, Alejandro González Iñárritu obtuvo el Oscar como Mejor Director,
Mejor Película y Mejor Guion, lo que representa uno de los galardones más
importantes en el ámbito de las artes para un connacional.
Tal vez exagerando, pero estos
premios están a la altura de los obtenidos en su tiempo por Octavio Paz (Premio
Cervantes, Premio Príncipe de Asturias, Premio Nobel), e igualando lo realizado
el año 2014 por Alfonso Cuarón. Considero que este tipo de logros, si bien son
a nivel individual, nos sirven como ejemplo para emular y superar estos retos.
Durante mucho tiempo, hemos sido
los del “ya merito”, “a la otra”, “lo importante es participar”, y no es que
esto sea del todo malo, sino que es momento también de romper paradigmas y
sacar la casta, por el motivo que sea, sin caer en el pragmatismo exagerado.
Sería bueno que nuestra educación
artística en México fuera tomada más en serio, fomentando las actividades
artísticas y deportivas con miras al alto rendimiento; en estos tiempos, en que
la capacitación funcional y la educación basada en competencias puede ser más
importante que algún título universitario, podemos – y debemos - impulsar el desarrollo creativo, sobre todo
desde la niñez.
Así pues, González Iñárritu se
une al selecto grupo de mexicanos que ponen en alto el nombre de nuestro país.
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